Es un antes y un después. Ni él se imaginaba que lo imaginaría así. Atilano, Atilano, pesadilla de creación mundana. Atilano mi ídolo de lejanías morales. Mi apestado. Antilano de mis odios y mis pasiones.

Era un impulso en una neurosa, hace años ya. Cruzó mi cerebro y llegó Atilano al universo que no sí se produzco. Llegó a pasearse por unas piedras de silencio y claves, a adueñarse de la voluntad embutida en zapatos relucientes. Se adueñó de todo y lo despreciaba todo.

Atilano era un vividor calculado. Un vagabundo psicópata en ivernación hasta que dió con Xifré y sus cimientos, con el bajo instinto de un señorito rico en el madrid de 1865.

El décimo de lotería navideña llegó a mi cerebro y sigue ahí esperando que acabe su historia y la de su casa, su cementerio, sus chicas sembradas.

Disfruta aquí dentro, espera paciente, a que le acabe de construir, viendo mi camino, cómo me desvío y vuelvo a él. Atilano maldito.

Un disfraz de jardinero, un carnicero, un bajo instinto eléctrico. Un riada intensa, un Nilo. Un Ser no Ser. Una meta que dejar atrás.

Atilano de a dos palmos del cerebro abajo.