Mamá se ponía a primera hora ya a hacer la comida y meterla en aquellos recipientes tupperwear de los que tenía vajilla entera. ¡Claro como le pasaba como con el tal AVON, que los dos llamaban a casa! Sí, claro pero así la mujer podía tener algún tipo de actividad que no fuera cuidar de nosotros cuatro, mocosos hiperactivos.

De paso se ponía guapa de vez en cuando y cuando llegaba el día, no todos los domingos, pues tenía donde meter todo lo que zampábamos, que era mucho, reconoce que era mucho.

Si, hija, zampábamos que daba gloria, y no le gustaba a ella ni ná ver como desaparecían hasta los pimientos fritos, que decíais que nos os gustaban pero si me descuidaba me quedaba sin ninguno. A veces nos llevabas de seguido. Venías de la guardia, te cambiabas, te recostabas un rato en el sofá mientra mamá preparaba y nos preparaba, y otra vez el coche. Luego te quedabas frito sobre el mantel, bajo el pino que nos pudiéramos, y mamá no echaba a la fuente, a que jugáramos con otros niños de las familias que se reunían en aquel lugar de la Casa de Campo (Madrid). Cada una en su árbol, su mantel en el suelo o los muy preparados dos sillas plegables y la mesa a juego. A tí no te hubiera sabido igual la siesta en un silla plegable. Disfrutabas de que mamá se quedase a lu lado sentada y tu espalda en contacto con ella.
No he pasado veces al lado de aquella fuente. El suelo de cemento que le pusieron alrededor era para que no se formasen charcos ni se embarrase cuando jugábais todos los críos a haceros aguadillas.
Nos lo pasábamos mejor que cuando nos llevabas al Parque de Atracciones, pero entonces ni nos dábamos cuenta. En el Parque la mitad del tiempo venga a hacer colas para subir a las atracciones, tú loco racionando los tikets aquellos que nos daban en la entrada. Cuando ya pusieron las pulsera aquella para pasar a todo ya íbamos con la escuela.
Al ZOO si que no fuimos todos. Eso lo dejábais para cuando se quedaba el ñajo solo con vosotros en verano y nos mandábais a nosotras al pueblo. Luego cuando venía nos enseñaba la foto que hacen en la entrada y presumía. No sabía que guardabáis el as en la manga para cuando se ponía muy insoportable en casa. La abuela decía que era pequeño aún para dejarlo con ella, que daba mucha más guerra que nosotros con eso de ser un niño. No sé. Eso decía mamá luego, la crecer.
¿No te cansabas nunca? Cuatro bichos que solo estaban quietos a ratos en el coche, y eso cuando decías tu famoso «MecagüenDios!». A los cinco minutos ya decía alguien en tono tímido aún, ¿Cuánto queda?
Más mayores entendimos que nos cogiérais en pijama, según llegabas de la guardia, nos metiérais a todos atrás medio durmiendo y hala, de seguido todo lo que pudiera. Que no se podía. Tocaba parar en aquella fuente a mitad o un poco más lejos de los que nos decías siempre. No, era la mitad del camino hija. Era la mitad. Si, bueno como quieras, el agua estaba siempre fresca, nos sentábamos mientras mamá sacaba algo de comer y su mantel de turno, más limpio que el jaspe, como siempre. Y nos iba dando un bocata. Y tú con más ganas de llegar que nadie para poder meterte en la cama.
Y cuando avisabas de que llegábamos a la última curva antes de ver el pueblo. Los gritos al hacer la curva. Tú eras el que más gritaba.
Para luego meterme en esa cama de colchón esponja en la camareta de tu abuela. Desván papá, aquí se dice desván. Cámara, de toda la vida en el pueblo de tu madre. Lo que llevo mal aún es que llame picatostes al pan tostado, y que vosotros también lo llaméis así. Es más bonito, Picatostes que pan tostado. ¡Qué buenos en las migas dulces! Hace poco me enteré de que en Guadalajara lo llaman puches. Pero es lo mismo. En Madrid como no saben lo que es. No lo sabrán pero en nuestra casa mamá os la hacía todas la semanas. A tí tampoco te hacían mucha gracias. Si es que eres muy madrileño, papá. Yo qué sé lo que soy. Acompáñame al baño, anda. Pero antes deja que mire cómo tienes la oxigenación. ¡Ya estamos con la oxigenación de los cojones! Que iba a hacer yo sin ese carácter, papá, qué iba a hacer. Echarme de menos. Si, seguramente. Oye, ¡Qué piropos te echa la enfermera, no te quejarás! ¡Anda ya!